Una buena parte del periodismo independiente está sufriendo una especie de acoso por una insolencia intelectual inadmisible, una persecución infame en base a la acechanza perversa y la imputación falaz.
Basta que la iniciativa individual del periodista le haya permitido establecer sus propios medios productivos y logrado romper las amarras laborales de los grandes medios para desatar en su contra todos los demonios de la maledicencia y la envidia.
Proveniente de gente que ha fracasado en todos sus intentos y que en cada nuevo proyecto está llamada a naufragar por su cortedad de mira empresarial, por su ceguera política, por el criterio fanático con que maneja sus relaciones primarias y porque se condena a ser “asalariada de por vida”.