La sociedad dominicana está tan enredada que constituye una real paradoja que uno de los ejemplos de hombría más significativos de las últimas décadas lo ofrezca un reo condenado por la quiebra de Baninter en el 2003.
No necesito reiterar todo cuanto opiné en su momento acerca de este caso y sus consecuencias, porque lo que deseo comentar hoy es una actitud que hace falta en la manera de comportarse de mucha gente que hace vida pública en nuestro país.
Seguramente ya han adivinado que me refiero a cómo Ramón Báez Figueroa ha afrontado su sentencia de cárcel en Najayo. Mientras la inmensa mayoría de los demás juzgados y condenados ha echado mano de todas las triquiñuelas habidas y por haber, desde enfermedades tan reiteradas que uno se pregunta cómo viven, hasta hacerse el loco para que le envíen a purgar su pena con arresto domiciliario, hasta las insólitas circunstancias de salir a ser confesado por un prelado católico, cenar con otro en un sitio público, ir a bodas o bautizos y hasta formar un nuevo hogar donde hay presencia en ciertos fines de semana, la prisión ha sido otra burla.
Pero a Ramón Báez Figueroa no ha cogido allá ni gripe y si le ha dado la ha pasado como los machos de verdad, sin decir ni ji… Y tampoco ha andado mendigando favores a políticos, autoridades judiciales o eclesiásticas, sino que ha ido pagando su deuda con la sociedad con un estoicismo monacal que ha asombrado a muchos que le juzgaron sólo por los aspectos más rocambolescos de su antigua vida pública como personaje de las altas finanzas.
Que nadie confunda mi comentario de hoy con un elogio o condonación de los hechos anteriores que le llevaron a estar preso, pues en los periódicos viejos hay abundantes testimonios de cómo, con dolor de mi alma, critiqué al antiguo amigo por las circunstancias que le llevaron a ser juzgado y condenado. Tampoco es preciso justificar nada alegando que mientras hay ex banqueros presos andan sueltos políticos cuyas hazañas parecen ideadas en el mismo laboratorio de espantos dinerarios.
Lo que sí digo, y sin ningún rubor, es que quienes a pesar de todo han preservado la amistad de Ramón Báez Figueroa tienen al menos una cosa de qué enorgullecerse: ningún preso ha dado tanta demostración de timbales ni estoicismo.