A propósito del excelente discurso del canciller Álvarez en la ONU, recordé al lector Remny Boulsicat, quien escribió hace meses:
“Ustedes, dominicanos, son los haitianos de Puerto Rico, Nueva York y España. Por experiencia, deberían entender que donde emigran, harán todo lo que las autoridades permitan. Si les dejan entrar indocumentados fácilmente; trabajar irregularmente con protección legal; asentarse y transitar sin molestias; usar servicios públicos; reclamar que les resuelvan su estado de indocumentados de origen, ¿no harían los dominicanos allá exactamente lo mismo que los haitianos aquí? La pobreza facilita la ilegalidad migratoria. Nosotros, europeos que residimos aquí, para abrir cuentas bancarias, alquilar piso o comprar inmuebles, dedicarnos al comercio o alguna profesión, debemos demostrar que residimos legalmente o poseemos calidad legal, alguna identificación. Pero el haitiano común radica aquí en un submundo de ilicitudes, desde que soborna en la frontera para entrar o se escabulle. ¿Cómo culparlos a ellos de aprovechar la corrupción o laxitud dominicana? Emigrantes dominicanos o españoles harían igualito, o más, si los dejaran”.
¡Cuántas verdades, cojollo!