Cuando el terremoto del 2010, pese a las históricas quisquillas diplomáticas entre Haití y nosotros, el país que más generosa y eficazmente llevó de inmediato auxilio humanitario al devastado vecino fue la República Dominicana.
Pocos días después, una delegación de líderes industriales dominicanos fue a Puerto Príncipe para ofrecer a sus pares haitianos colaborar con las inversiones imprescindibles para reconstruir el país. Para evitar naturales recelos y por razones prácticas, plantearon la necesidad de contar con socios locales. Increíblemente, una tras otra posibilidad fue rechazada u objetada por los empresarios haitianos. Confesaron tener tan poca fe en su propio país que preferían comprar a precios altísimos cualquier alimento, material de construcción o producto terminado, en Miami, antes que arriesgar ni un centavo para producirlo allá. Los negocios los harían igualito que los piratas que primero se asentaron en la isla de La Tortuga, sin invertir mucho ni controles gubernamentales.
Muchos dominicanos creen que el desbarajuste haitiano es causado por extranjeros, pero nadie ha dañado más al pobre Haití que ellos mismos.