Casi todos los gobernantes afanan por dejar un legado que trascienda a su paso por el poder. El presidente Abinader, excepcional en otros aspectos, sin embargo, sucumbió ante el encanto de dejar una impronta abarcadora, desde una
modificación constitucional, reforma fiscal y cambios en códigos legales hasta una —a mi juicio prematura— promesa de no optar por otra reelección en 2028. Los ingleses dicen que cuando muerdes un bocado muy grande se dificulta masticarlo y tragarlo. El cerrado y casi unánime apoyo incondicional de su partido, hace apenas pocos meses, se ha trocado por un ambiente faccioso, que contrasta con la fortaleza del liderazgo de Abinader. Los cambios a la constitución han motivado un debate entre juristas que difícilmente logren algún consenso. Mientras el país se solivianta ante las incertidumbres de la reforma fiscal, temiendo que sea sólo para aumentar los ingresos del Gobierno y no estimular más inversión privada, el Congreso lleva como entierro de pobres, con prisa de ambulancia, el proyecto que declara como necesario el cambio constitucional. El viernes el Senado lo aprobó y parece que esta semana los diputados harán igual. Pese a que una comisión ya estudió la pieza, que hubo cambios a la propuesta original del Poder Ejecutivo y que legisladores del PLD alegan ilegalidad, las prisas plebeyas en asuntos solemnes levantan sospechas. Ojalá alguna impremeditación no traiga malas consecuencias.