La confirmación de Ketanji Brown Jackson como primera afroamericana en la Suprema Corte estadounidense, en sus 232 años, es un hito relevante. Resalta las agudas discriminaciones raciales en ese admirado país. Cuando eligieron a Obama, aquí hace años que habíamos tenido gobernantes de todos los colores y razas dominicanos. Igualmente, nuestras mujeres lograron el derecho al voto antes que en Estados Unidos; hemos tenido brillantes jueces de cada sexo.
Estados Unidos posee la virtud de que sus magistrados supremos, sean liberales o conservadores, al ser designados casi siempre asumen posiciones centristas. Las disensiones usualmente las motivan razones de derecho y no ideológicas. Por eso el equilibrio en la composición de la Corte en términos de sexo, edad, raza u origen social o étnico, luce más una cuestión de farándula partidista que de real impacto en las decisiones.
La diversidad, empero, aporta más que la competencia profesional por sí misma: legitima socialmente, con sensibilidad y empatía, decisiones sobre casos políticamente cargados. Parece una contradicción o paradoja, pero no lo es, según el histórico de sentencias.