Me parece penoso ver en la prensa cómo amigos y familiares recuerdan cada aniversario de los caídos combatiendo con armas de guerra a Balaguer. Algunos comunistas, que aún no se han extinguido pese a todas las evidencias del absurdo fracaso que defienden, tratan de “ganar” cuando han perdido, controlando la narrativa. Es parte de una estrategia comunicacional.
Abusan de los familiares, más atentos a su dolor personal que a ideología. Así, fracasados y vencidos en las batallas que ellos mismos eligieron, fueran revoluciones, elecciones, subversiones y sediciones, pretenden glorificar a sus pseudo-héroes. A secuestradores, asaltantes, asesinos, traidores de sus propias causas, malos ciudadanos incapaces de cumplir decentemente sus obligaciones familiares o cívicas, los endiosan porque carecen de figuras modélicas con virtudes reales que motiven a las nuevas generaciones.
Amín Abel fue excepcional porque sí era excelente estudiante, buen padre y esposo. Si hubiese sobrevivido a la vorágine a la que voluntariamente se sometió, creo que por su inteligencia seguramente se habría convencido de su error, integrándose a la política legalmente o contribuyendo a crear un mejor país como buen profesional.