Con menos de 55 kilómetros, nutrido por lluvias en una cuenca de unos 800 kilómetros cuadrados y un perezoso cauce que sale al Atlántico, discurriendo siempre por tierras dominicanas, el río Dajabón es fuente de otro conflicto con nuestros incómodos vecinos.
Un allegado a Martelly, según el chisme fronterizo, vio mucha agua y dispuso como dios en tierras de nadie: la quiso para él. Atento a sí, sin miramiento a acuerdos fronterizos ni buenas costumbres de vecindad, construyó un canal, para desviar el río dominicano. Ahora espera que el bréjete político pase o se resuelva para conectarlo a la ribera del lado haitiano.
La misma claque anti-dominicana que cree equivocadamente que los haitianos llaman a ese río Masacre por la matanza dispuesta por Trujillo en 1937, maniobran buscando que por pena o conmiseración “se le busque la vuelta” al entuerto. Desde los inicios de la fatídica creación del pueblo vecino, no hay un solo recurso natural que haya sobrevivido a su voracidad incivilizada. Que vengan a robarse el agua dominicana luce intolerable.