Casi todos los políticos, funcionarios, empresarios o ciudadanos que se atreven a ilícitos que entrañan alguna corrupción administrativa, cuentan con la histórica actitud de las autoridades de no menear la yola para que no haga agua. Es más cómodo hacerse el caprino desquiciado que enfrentar, con la ley en la mano, los robos y otras vagabunderías dinerarias, impositivas y administrativas. La consecuencia ha sido una tradicional impunidad casi garantizada.
Creo que donde más se nota el cambio prometido por el presidente Abinader es en su actitud frente a las muchas denuncias de corrupción dentro de su joven gobierno. Casi siempre, la intolerancia ante la corrupción la ha demostrado con destituciones, suspensiones, envíos a la justicia y otras acciones oportunas y drásticas. El lunes le tocó a un cónsul en Haití destutanado tras un escándalo por venta de visas.
Si bien los procesos contra el pasado gobierno adolecen de excesivo “lawfare” mediático y otros defectos, la intolerancia a la impunidad se nota. Ojalá siga, porque dentro y fuera falta procesar muchos malandros.