España, como varios países latinoamericanos, padece la desdicha de caer en manos de zurdos empeñados en destruir cuanto la hizo grande, con tanta libertad que sus enemigos internos pudieron subir al poder.
El rey emérito Juan Carlos, caracterizado injustamente como un vulgar fugitivo de la Justicia, debe rendir cuentas por evasión fiscal u otros ilícitos que le imputan. Pero yo no entiendo bien por qué la opinión pública se encabrita tanto porque un rey árabe, o sea moro, regale a un monarca cristiano, Borbón de España, millones de euros que no salieron del erario español.
Los monarcas pueden regalarse siempre que no conlleve traición al propio reino. Aunque luzcan indefendibles moralmente aficiones como Corina o cazar elefantes, los jefes de Estado, sobre todo reyes, deben medirse principalmente por su estatura política.
Don Juan Carlos es un gigante en ese sentido: sostenedor de la democracia a riesgo de su vida, promotor de libertades civiles y económicas, presciente al salvaguardar la monarquía abdicando a favor del rey Felipe. Si viene, ¡viva Juan Carlos!
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