Quizás fue en la duermevela de una fiebre o realmente lo soñé, pero es viernes primero y al abrir los ojos lo primero que pienso es: “¡Dios! ¡Dime que el dinosaurio no sigue ahí!”.
En verdad, pese a su pesadez, este 2020 ha traído muchas bendiciones ocultas. Es quizás el año en que mayor cantidad de personas ha replanteado seriamente para qué se vive y cómo debe vivirse. Las metas y expectativas de realización personal, vida familiar, profesional o laboral y las expectativas financieras han dado más brincos que un saltimbanqui circense. Nos hemos adaptado a un interminable flujo de estresantes realidades sin que casi nadie pueda influir o modificar ni un ápice el tremendo impacto de la pandemia. Hemos perdido familiares, amigos, conocidos, sin poder siquiera despedirlos ni dar o recibir abrazos de condolencias.
Ha sido un año tan apabullante que el más importante cambio político en dos décadas no logró ser la noticia principal. Ojalá tantas lecciones que trajo este 2020 nos sirvan para que tengamos un mejor 2021.