Los sofismas, argumentos espurios que aparentan ser ciertos, abundan al debatir asuntos haitianos. Una tuitera muy decente, para defender al diputado José Horacio Rodríguez de críticas por pueriles declaraciones suyas a la televisión de Canadá, explicó lo de la mafia de venta de visas dominicanas.
Esa vagabundería ciertamente merece condena judicial drástica para los corruptos, pero no es la causa del drama de Haití. Cuando políticos, por inexperiencia o mala fe, se alían con antidominicanos para denostar su país, mezclando verdad con mentiras, es traición a la patria. El bailarín Rodríguez se sumó al coro que ataca a República Dominicana, presionando para que aceptemos campamentos e inmigrantes ilegales. Lo que se critica al novicio legislador es esa complicidad unida a validar con su silencio vergonzoso las denuncias de falso racismo o abusos laborales inexistentes o superados.
Debemos continuar remediando el antiguo desorden del uso de obreros haitianos, pero acorde con nuestra Constitución, sentencias judiciales e interés nacional; no como quieren potencias que rehúyen sus obligaciones morales con Haití, el país más racista del mundo y peor vecino.
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