Explicar obviedades sería innecesario si el debate público poseyera más fundamento en contrastar ideas o ideales en vez de tanto chismorreo, transfuguismo o simple sinvergüencería.
Muchos lectores asumen que quienes comentamos en la prensa poseemos opiniones inmutables. En algunas cosas sí, como ser liceísta, creer en el imperio de la ley y el debido proceso, apoyar la lucha contra la corrupción y la impunidad, defender las libertades públicas, y por ahí sigue la cosa.
Pero quien aspire al mejor periodismo de opinión debe desembarazarse de la obstinación al criticar algún político o funcionario, la cerrazón ante nuevas perspectivas, o contextos; deben reconocerse realidades nuevas que modifican percepciones anteriores. Alguna gente se enfurruña si favorezco cualquier acción gubernamental o si opino que, pese a cierto “lawfare”, muchos imputados por corrupción lucen comprometidos en su responsabilidad penal.
Quizás lo mejor es juzgar cada cosa por su propia circunstancia, con fidelidad a mi consciencia y lealtad a los lectores. Quien escriba u opine motivado por cualquier otra cosa, sean compromisos políticos o dinerarios, es un fraude.
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