Hace algunos meses, a principios de año, les conté el dilema familiar que fue salir de Giacopo, el pez Óscar que mi hijo mayor me dejó tres años atrás cuando se fue a estudiar fuera de casa. Era un terrorista que devoró todos los demás peces de nuestra pecera y durante unas vacaciones mi hijo vio que había crecido demasiado y decidió canjearlo por otros especímenes.
Llenó la pecera de cíclidos, que creo es la clase de pececillo lindo que ahora alela a los niños que visitan nuestro hogar. También cambió el “limpia-fondo”, un pez prieto y feo cuya ingrata tarea es comerse todo lo que él mismo y los demás ya han comido, digerido y expelido… Sí, ¡eso mismo! Hubo paz en el reino “aguático”.
Cualquiera pensaría que nada más aburrido o rutinario que cuidar un pececito que se pasa el día nadando en una pecera. Excepto a Giacopo, a quien apodé “el exterminador’. Su nombre italiano fue escogido por mi hijo quizás sin saber que la raíz del apelativo es el Jacobo hebreo y significa “aquel que suplanta”. Claro que un pez no suplantó a mi hijo pero cuidarlo en su ausencia fue una aventura. Debimos de haber previsto lo que Giacopo era capaz, puesto que desde que llegó a casa dio muestras de un canibalismo tremendo. Se comió primero a todos los demás pececillos con excepción de su compañera y de un limpia-fondo negro cuyas espinas dorsales le daban un aspecto satánico terrible.
Pero luego ¡Giacopo se comió a su esposa y al limpia-fondo! Los devoró de una manera terrible pues necesitó varios días para engullirlos. Hubo reacciones horrorosas. Alguien sugirió tirarlo por el inodoro. Otro dejarlo morir de hambre. Congelarlo vivo ó otro de pescarlo con un anzuelo fueron opciones. Tanta saña me intimidó y Giacopo pasó cuatro días sin recibir alimento. El quinto día reaccioné en contra de casi todos los demás en casa y dije: “Somos estúpidos atribuyéndole sentimientos humanos a Giacopo, algo parecido a quienes le atribuyen defectos humanos, como la vanidad, a Dios…”.
Ahora resulta que el nuevo “limpiafondo”, rey de la pecera “post-Giacopo”, quizás porque los cíclidos comen demasiado y por aquello de según come el mulo… Si, ¡ya saben! La cuestión es que se ha vuelto un monstruo, gigante y feísimo. Caray, mala suerte que tengo con los peces.
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