Ramón Alburquerque
Conté antes que Lincoln confesó que la tarea que más detestaba como presidente era nombrar a su gabinete y los funcionarios que le correspondía. “Por cada uno que designo”, decía, “hay diez aspirantes; uno queda feliz y los otros nueve muy bravos conmigo…”.
Imagino que Luis Abinader, pese a llevar un año nombrando gente (tiró “decretos” desde antes de juramentarse), sufre similar apuro cada vez que ve a dirigentes perremeístas intrigando por televisión, radio o los periódicos, como el veteranísimo Ramón Alburquerque, ingeniero de minas distinguido por familias ricas de las que hoy habla pestes, sugiriendo que este gobierno está controlado por la oligarquía y por tanto no puede favorecer a las mayorías pobres. Peña Gómez hizo igual al hacerse campeón de los desposeídos mientras era mimado por dos o tres de los dominicanos más millonarios. Pero a Alburquerque, de fama por su grito “¡entre todos, coño!”, no le queda bonito tratar de revolucionar su propio partido a Luis.
Es muy desafortunado –e injusto— que los inconformes salgan reperperosos y enchinchadores.
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