Ver a estudiantes quemar la bandera de su propio país sin ser sometidos a la Justicia era cosa común para quienes fuimos a escuelas y universidades estadounidenses, durante la guerra de Vietnam y los conflictos de los gringos con los soviéticos.
Quizás por eso, me escandalizó oír a buenos patriotas sugerir medio en serio que deberían ser fusilados quienes se atreven a irrespetar los símbolos patrios dominicanos, más que la afrenta misma.
La ocasión fue una irreverente modificación del Himno Nacional colgada en redes sociales por activistas del colectivo LGBTI+, pero antes ha pasado con manifestaciones de haitianos o anti-dominicanos que se desfogan violando las leyes que tipifican como delitos esos ofensivos actos.
A riesgo de incordiar a mis amigos patriotas, creo que perturban más gravemente el orden público quienes violan impunemente las leyes de tránsito, incumplen sus obligaciones fiscales, se roban la luz, tiran basura a la calle o paren hijos sin educarlos.
La patria sufre menos siendo tolerante ante abusos del derecho a la libre expresión que con el caos del tránsito, la corrupción pública o privada sin consecuencias, la evasión fiscal o crímenes medioambientales. Pero la pereza o desentendimiento del Ministerio Público es también un corrosivo disolvente social, pues ante cualquiera de estos delitos —incluyendo alterar o destruir símbolos patrios— los fiscales no necesitan más que aplicar la ley para someter a sus infractores. La Procuraduría está obligada a iniciar el proceso judicial instrumentando la acusación.
El verdadero patriotismo tiene más que ver con el cumplimiento de la Constitución, las leyes y normas, que con los reclamos de sus derechos, por vías equivocadas, por cualquier minoría marginada, aun estén muy equivocadas sus pretensiones. De eso se tratan los muy invocados valores morales y el civismo, sin los cuales no hay patriotismo.
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