A partir de ayer, tras su discurso, podemos llamar estadista a Luis Abinader, sin que sea lisonja ni hipérbole. Aparte de mejorar inmensamente su oratoria, el presidente hizo algo inusual: recordar a la oposición que escucha y también gobierna para ellos.
Debió decir todo en media hora, en vez de dos, sin repetir tantas promesas viejas, pero acertó con temas trascendentes. Su política sanitaria ante la pandemia es exitosa. La recuperación económica, gracias a la industria local, el turismo y las remesas, va bien, con apoyo del Banco Central. Prometió subsidios directos para los pobres, ante la inflación importada. La lucha contra la corrupción y la impunidad, pese a cierto lawfare selectivo, va avanzando. Lo de reformas estructurales en tiempos de crisis fue quizás lo más espinoso. Es muy difícil consensuar aumentos de impuestos.
La respuesta del PLD por Juan Ariel Jiménez mostró un rostro fresco distinto a muchos moluscos explotados. Llevamos medio siglo mejorando nuestra democracia y creo que Duarte estaría orgulloso del relevo, representado por Luis Rodolfo y Juan Ariel, para seguir progresando.
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