Hay palabras que, faltas de realidades a las que referirse, deberían desaparecer. Voy más lejos: hay palabras que no deberían existir, que no deberían haber existido nunca. Pienso en las palabras que designan, por ejemplo, vicios tan execrables como la mezquindad.
Sabía que ‘mezquino’ es una palabra vieja, una palabra que, para llegar hasta nosotros cruzó todo el norte de África con las huestes omeyas, el estrecho de Gibraltar con Tariq ibn Ziyad y el océano Atlántico con Cristóbal Colón. No sabía que era más antigua: al árabe pasó del hebreo y a este, del acadio. Es decir, la palabra fue inventada hace al menos cinco mil años. Es normal: la mezquindad nació con el hombre, es consustancial a su naturaleza.
Se puede ser mezquino con el dinero, pero la tacañería no es más que un caso particular de la mezquindad. Se puede ser mezquino al negar al prójimo el derecho a equivocarse que, como humano, le corresponde. O negarle el elogio del cual se ha hecho merecedor en razón de un triunfo alcanzado en impecable lid. Sea cual fuere el escenario en que se manifieste, la mezquindad es ausencia de nobleza y escasez de generosidad.
Se ha dicho que los males no llegan nunca solos. A la mezquindad acompañan, con frecuencia, otros vicios: el resentimiento, la traición, la envidia. El resentimiento surge cuando el mezquino ve a otros disfrutar de sus logros y la envidia, de la convicción de este de que es a él a quien corresponde tal placer. A la mezquindad acompaña la cobardía que obliga al mezquino a tratar, desde las sombras, de hacer naufragar el triunfo ajeno. Otro vicio acompaña, pues, a la cobardía: la hipocresía.
Durante su largo viaje por el espacio y por el tiempo la palabra ‘mezquindad’, como todas las demás, ha ido cambiando sutilmente de significado. En acadio, muzkenu significa, literalmente, criado de palacio. No es difícil imaginar que este envidiaba la fortuna de la que, gracias a su esfuerzo, disfrutaba su amo. En árabe, me ha dicho una amiga tangerina a quien adoro en secreto, misquín significa, literalmente, ‘pobre’. Y que también puede usarse, en sentido figurado, para expresar la lástima que provoca en el ánimo del piadoso la desgracia ajena: pobre niño, pobre viejo…
Es difícil tolerar a los mezquinos. No siempre se logra. A la hora de reaccionar a su mezquindad, hay que tratar, sin embargo, de actuar de manera absolutamente opuesta. Hay que condolerse, sin condescendencia. Bastante desgracia tiene el mezquino con ser como es. Bastante sufrimiento le ocasiona el persistir en el error de compararse, en lugar de con quien fue ayer, con el que otro es hoy. Y, para su mala suerte, tal sufrimiento no hará más que aumentar, pues, como decía Cela, hay vicios feos como la mezquindad, el resentimiento y la envidia que se incrementan con los años.
Una última compañera de la mezquindad es la mediocridad. La mayor muestra de mediocridad, ha dicho alguien, es sufrir por el triunfo ajeno. Yo agregaría que aquel triunfador que cede a la tentación de solazarse en el sufrimiento del mezquino corteja también, peligrosamente, a la mediocridad.
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