Me reclamaron que cómo “pierdo” tiempo con la poesía ante tantas otras urgencias. Responder acreditaría la absurda e inútil pregunta. Baste repetir que abogados europeos y gringos llaman “justicia poética” al evento extrajudicial que remedia o confirma derechos ante conflictos incómodos.
Quizás es horroroso mezclar poesía con querellas jurídicas. Comoquiera, la poesía revela mejor que cualquier género quién es quién. Pone ante espejos al lector; permite descifrar sentimientos, evocaciones y pensamientos. Obliga a razonar al remover la sensibilidad o sentir al leer o escuchar. Hay gente inmune a la poesía como si estuviesen inoculados desde niños o padecieran deficiencias espirituales o intelectivas.
Según los franceses, la poesía es “el arte de evocar, sugerir las sensaciones, impresiones y emociones mediante un empleo particular de la lengua y la unión intensa de sonidos, ritmos, armonías e imágenes”. Devoré jovencito la Antología Norton, 1,376 páginas con 1,113 poemas por 251 autores, que enseña: “La poesía anima a abrazar la paradoja y la contradicción, lo inesperado, aquello que es impensable”. ¡Ni Clausewitz lo dijo mejor!
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