El papa Francisco apoya las “uniones civiles entre personas del mismo sexo”. Dijo: “son hijos de Dios, tienen derecho a una familia. Debemos crear una ley sobre uniones civiles”.
Activistas de la mal llamada política de género quieren llamar “matrimonio legal distinto al religioso” a las uniones civiles legalizadas. Erróneamente ahondan diferencias sin promover los derechos humanos y legales. El Código Civil, el Diccionario y varias religiones definen matrimonio como la unión de hombre y mujer para formar familia, idealmente con niños. Ningún contrato modifica la realidad biológica de que sólo procrean hombre y mujer, casados o no. Llamar “matrimonio” a una pareja homosexual sería como que un mulo fuera cebra porque le pintaron rayas.
Este problema social antiquísimo es agravado cuando homofóbicos confunden “orientación sexual”, natural e involuntaria, con “preferencia sexual”, como si los homosexuales escogieran serlo, distinto a ser diabético, hipertenso, genio o morón. Decir “preferencia” involucra voluntad y conciencia; facilita culpabilizar a las víctimas de homofóbicos y otros intolerantes. Los extremismos impiden sanar amorosamente siglos de odiosas irracionalidades.
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