Lo mejor de la Navidad, aun para aquellos ajenos a los misterios de la fe o que escogen ignorar su real significado espiritual, es que es la época del entendimiento y los buenos deseos. Sólo añépidos con cerebro de avispa prefieren continuar expresando sus enconos y lisios morales, que siempre revelan más de sí mismos que de aquellos en quienes descargan sus frustraciones, recelos e intrigas.
Por eso, es un excelente ejercicio navideño orar por esos que han preferido insistir en sus yerros en lugar de hacer de sus corazones un pesebre para el niño Jesús. El sentido del cristianismo está bellamente expresado en un verso de la oración al Padre: “perdona nuestras ofensas, así como perdonamos a quienes nos ofenden”. Alguna gente dice “perdono, pero no olvido”; olvidan que hacia quien dirigen sus malos pensamientos y acciones quizás siente pena por ellos.
Los quisquillosos vanidosos son peor que una mosca. Después de todo, cuando el niño Jesús regala su paz, ningún manganzón te la quita, así como tampoco la honra.
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