El vecino del oeste sigue confirmando que por malas que estén las cosas siempre pueden empeorar. Desde que sus propias barbaridades, como declararse imperio, monarquía o dividir en pedazos su país, definieron el carácter haitiano en el siglo XIX, su historia es una interminable e increíble pesadilla. No es de ahora lo de bandas armadas que asolan ese territorio y amenazan al nuestro. Antes les llamaban “cacoses” y provocaron la intervención estadounidense de 1915.
Hoy, el narcotráfico, la secular indolencia de sus élites y el cansancio de la comunidad internacional ante la ineptitud y corrupción del liderazgo político, presagian mayores tragedias. Haití es el ejemplo perfecto de entropía social, la descomposición progresiva de las estructuras que cohesionan un país, como las leyes, orden público y tradiciones. Por impredecible, la sociedad resulta caótica.
La sociología adaptó el término de una propiedad de la física, que representa la indisponibilidad de energía de un sistema para la acción mecánica. La segunda ley de termodinámica dice que la entropía siempre aumenta con el tiempo. Ojalá en sociología fuera distinto.
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