El auge del marxismo de nuevo cuño en América Latina se debe en parte al fomento de una anacrónica lucha de clases por políticos de izquierda que ansían instaurar regímenes antiempresariales como en Venezuela, Nicaragua o Cuba.
Saben que aquí jamás tendrían oportunidad para alcanzar el poder sin algún rompimiento del orden democrático.
Por eso mantienen una campaña de incesantes ataques difamatorios contra los soportes institucionales y financieros de nuestra república, con apoyo dinerario de Venezuela.
Ello incluye que rivales políticos atribuyen cualquier pifia gubernamental al origen socioeconómico y empresarial de Luis Abinader. Pero no les molesta cómo lograron enormes riquezas políticos sin negocios legítimos conocidos.
Abinader ha expresado inequívocamente que, sin renunciar al ideal de justicia socialdemócrata, es pro empresa privada. Nunca ha renegado ser empresario. En un entorno hemisférico tan adverso a la economía de mercado, la democracia y el imperio de la ley, Washington debería darse cuenta dónde radican sus intereses.
Además, aparte de diferir sobre el tema haitiano, somos una nación amiga que comparte valores e ideales democráticos, de las que quedan pocas.
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