Miguel Vargas Maldonado fue buen ministro de Relaciones Exteriores. Logró relaciones con China, presidimos el Consejo de Seguridad de la ONU, fuimos anfitriones de cónclaves regionales y cultivamos intercambios antes inexistentes, como en Medio Oriente.
Pero su gestión administrativa, según el nuevo gobierno, fue pésima, pues continuó la tradición iniciada por Leonel Fernández de usar la nómina de la Cancillería para premiar o agradecer favores políticos. Así, pasamos la vergüenza de ser –pese a pobres y chiquitos— uno de los países con mayor delegación en la ONU, más cónsules en Estados Unidos que cualquier potencia, embajadores sin idea de la lengua del país donde radicaban, y así sucesivamente otros escándalos.
El colmo fue pretender incluir como “de carrera” a embajadores “a la carrera” mientras, por citar sólo un caso, excluían de la lista al decano de nuestros embajadores, que lo ha sido desde 1963, sí es de carrera y sigue lúcido y activo, don Amaury Dargam. El nuevo canciller Álvarez luce empeñado en darle lustre a nuestra diplomacia. ¡Dios lo guíe!