Cambios

“Quevedo por Malpica”, solía decir Cuchito Álvarez cuando comentaba algún remeneo del gabinete, cuyo aspecto principal era rotar a funcionarios sin designar nuevos para sustituir a los malos.

Augura más renovaciones el intercambio de funciones entre dos de los principales y más eficientes integrantes del Gobierno: Leonardo Aguilera, que va a presidir el Banco de Reservas, y Samuel Pereyra, que sustituye a su sucesor en la Refinería de Petróleo.

Ambos realizaron brillantes gestiones durante los últimos cinco años y seguramente harán igualmente en sus nuevas funciones.

Sin embargo, el Gobierno sigue aferrado al lastre que representan varios fracasados encargados de áreas neurálgicas cuya inexplicable cerrazón les impide renunciar para facilitar al presidente Abinader destrabarse de su atrabanco. Expresar la conveniencia de despedir o sustituir a algún funcionario no es necesariamente un ataque personal, cuando es evidente su desempeño injustificable.

La gobernanza no existe impersonalmente, sin gente que piense y ejecute políticas públicas; por tanto, la responsabilidad de éxitos o fracasos sí corresponde a la persona encargada.

Una decisión puede ser adecuada momentáneamente, como los subsidios por la pandemia, y después no.

En el caso del sector eléctrico, los últimos años han sido catastróficos, por decisiones no tomadas oportunamente u otras pésimas recomendadas, defendidas o ejecutadas por el zar fuñéctrico, incapaz de reconocer su apoteósico fracaso.

Al aferrarse a sus cargos públicos, todo su negativo resultado resta de manera terrible al balance del presidente.

Ni siquiera los gremios empresariales de que se valió para imponerse se atreven a defenderlo. Triste final para quien se valora a sí mismo como genio de las finanzas públicas y privadas, a quien no le han bastado toda la confianza, apoyo y paciencia de Luís Abinader para reciprocar, renunciando para alivio de la nación y su gobierno.