Desde que vencimos al Ejército haitiano en combates tras 1844, nunca cesó la amenaza o peligro del cruce ilegal fronterizo por otros delincuentes, bandidos comunes como ladrones de ganado, políticos sediciosos o criminales en fuga.
Después de la Restauración les llamaban “cacoses”, bandas armadas similares a las que hoy dominan ese territorio ingobernable.
No creo en un designio de potencias foráneas para fusionar ambos países, pero sí en la posibilidad de la invasión de incontables migrantes indeseados, aparte de los necesarios para labores agrícolas o de construcción, que debemos regular mejor.
Las consecuencias políticas, sociales y humanitarias del desmadre en Haití son catastróficas para los dominicanos. Pero es ridículo e irrazonable alegar peligro en que feligreses haitianos canten en creole en misa. Azuzar creando odio no resuelve nada.
Prefiero que recen a que practiquen vudú: un rezador es mejor que un cacó. En Nueva York, donde hay tantos dominicanos como haitianos aquí, hay misas en español y hasta en ruso.
Perder la cabeza con dramas patrioteros es un signo de debilidad tan peligroso como la real amenaza haitiana. Odiar no es cristiano. Orar en cualquier lengua agrada a Dios.
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