Los gobiernos casi siempre tienen gente que goza el poder como niños en día de Navidad.
Recuerdo un ministro poderoso ufano porque despachaba en Palacio a puertas abiertas dizque porque nada era secreto, pero sus negocios siempre fueron misteriosos. Toda su vida fue sólo política; cuando murió era muy rico. Otros individuos hay a quienes no les bastan sus incontables obligaciones empresariales y familiares, pues siempre buscan y consiguen algún nombramiento presidencial en el sector que les interesa. Igualmente conocí a otro a quien no le bastó la muerte de un adversario para tirarle la Renta (antecesora de la DGII) a los deudos.
Hace años conversaba con un conocido de intermitente amistad. Me contó sus problemas con la DGII y respondí: “Por eso quienes escribimos en prensa u opinamos sobre asuntos públicos tenemos que cumplir y estar siempre con todo en orden”. Me miró extrañado, se rascó la cabeza y preguntó: “¿Tú crees?”. Contesté: “Sí, yo creo”. Sigo creyendo.
Nadie debe estar por encima de las leyes, sobre todo las impositivas.
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