Una cuadra al sur del Palacio de Bellas Artes estaba Güibia, playa prohibida por peligrosa, lo cual naturalmente la hacía más atractiva para quienes pasábamos de la niñez a la adolescencia. Muchachos de más edad y bellas hembras, bronceadas como para anuncios de Coppertone, surfeaban las pequeñas olas mientras los demás nos azorábamos por su destreza. 

Un verano, un circo acampó en el enorme solar entre el Malecón y la clínica Gómez Patiño. A dos elefantes los tenían amarrados del lado de la avenida Independencia. Estaban de moda unas pulseras de pelo de cola de elefante muy difíciles de conseguir. Un amigo y yo ideamos un “safari” para cosechar los pelos de los elefantes. Milagrosamente cumplimos la peligrosa misión. 

Mis mejores primos mayores me enseñaron a marotear cajuiles, limoncillos y mangos en la UASD y almendras y jobos en otros solares, hasta que un día un enjambre de avispas me cayó encima. Terminé hospitalizado pues resultó que soy alérgico a esas picadas. Quizás después fue que me apasioné con la lectura.

José Báez Guerrero

Abogado, escritor y periodista dominicano.

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