Quizás un optimista es un pesimista desinformado. Es como el tópico del vaso medio lleno. Dos temas invitan a elucubrar sobre la disposición natural de alguna gente para siempre encontrar en cada cosa su mejor aspecto. Una es el nuevo año y la otra el ya no tan nuevo gobierno.
Los estragos de la pandemia del Covid lucían menos severos aquí al considerar las informaciones sobre letalidad y contagios, hasta que la consecuencia de demasiado desorden ahora nos abruma con un virulento resurgimiento. Igualmente, la ilusión de la novedad del cambio, con un Luis lleno de buenas intenciones, una Raquel de bellísima sonrisa y bondadoso espíritu, otra Raquel de credenciales impresionantes y un gabinete con seis o siete estrellas, tristemente va cediendo ante la machacona insistencia de anuncios “históricos” sobre “verdaderos” designios, mientras la sociedad va agotando su disposición de perdonar disparates y dejar pasar crasos errores.
Ojalá la altísima popularidad de Abinader no resulte como las de sus colegas políticos Fuíquiti Salcedo y Johnny Ventura, excelentes farandúlicos pero pésimos políticos.
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