Ya van tres años de una de las más horríficas experiencias de mi vida: ser asaltado a punta de pistola.
Una vez en Guatemala estuve en medio de un tiroteo entre guardias y maleantes. En las elecciones de 1978 y los disturbios de principios de 1984 (antes de la poblada), como reportero estuve en medio de balaceras o bajo amenaza, como cuando un tembloroso marino en un centro de votación en Los Prados me clavó el cañón del fusil en la panza (menor a la actual), al irse la luz mientras contaban boletas.
Nunca sentí tan cerca la muerte como cuando el señor ladrón me robó mi reloj y anillo de bodas. ¡Cuánta fría profesionalidad, cortesía y excelencia en su oficio! Aun con videos del hecho, la Policía nunca devolvió lo robado. Estuve esperanzado pues los oficiales investigadores casi todos exhibían en sus muñecas finos relojes y sabían sin yo decirles la marca y modelo del (ex) mío. ¡Unos expertos!
En este aniversario vuelvo a felicitar al señor ladrón por su eficacia.
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